|
|
Hablemos de violencia(s) machista(s)
|
Confieso que hay historias que, a quien suscribe estas líneas, no le gustaría tener que escribir. Y cuanto menos, conocer a sus protagonistas. Y, sin embargo, no ha llegado el día aún en que podamos permitirnos bajar nuestros bolígrafos, cerrar nuestros micros, focalizar nuestras cámaras y cesar nuestra lucha informativa para prevenir y denunciar la existencia de las múltiples violencias machistas.
Cuando escribo estas líneas, se cierra otro año negro contra las mujeres. A 49 mujeres les han arrebatado sus vidas en España en 2022. 49 mujeres que no han sobrevivido para contarlo. Y no han muerto. Porque, sin paños calientes: las han asesinado. Innumerables son las mujeres que sufren violencia(s) machista(s) y el desprecio social. Y otras tantas son las que viven para contarlo y a quienes hay que seguir dando la voz y visibilizando sí o sí.
|
|
|
|
 |
|
Violencia(s) machista(s). En plural. Porque, contra las mujeres, por el mero hecho de ser mujer, se atenta de múltiples formas. Las mujeres nos exponemos a innumerables vejaciones y degradantes (mal)tratos. Algunas, pongamos que hablamos -y es nombre ficticio- de María, que prefiere ocultar su nombre verdadero, tienen “la suerte” (si acaso podemos llamarlo así) de “vivir para contarlo” y de prestarnos sus testimonio para visibilizar la existencia de esas otras violencias que, durante décadas, ha padecido en el seno de familiar, de la pareja o del “matrimonio”.
A finales de diciembre, alcé mi pluma para entrevistar a María, pensando que, como -por desgracia- en tantas otras ocasiones, entrevistaría en el municipio, a una mujer víctima de violencia de género. De maltratos. Y topé con una realidad distinta. Con una mujer que, durante décadas, ha sufrido violencia sexual en el seno conyugal; que se ha visto “obligada”, “forzada” y “amenazada” para mantener relaciones sexuales no deseadas con quien, hasta hace relativamente poco, ha sido su “marido”. Y que, a día de hoy, en un doble o triple -he perdido la cuenta- maltrato y humillación, no solo ha sido arrojada del domicilio -hasta entonces- “familiar”, sino que sigue “contra las cuerdas” separada y aislada de sus descendientes.

Y es que hay innumerables formas de seguir “violentando” a una mujer que, como María, ha decidido (y conseguido) poner fin a su tortura. Chantajear, manipular, tergiversar la realidad a fin de separar a una madre de sus descendientes y de sus nietos es otra de las formas más viles y crueles de mantener y prolongar un maltrato que no requiere golpes para asestar mayor sufrimiento.
La violencia sexual existe. Y duele. Y consume la vida de quien la sufre y por innumerables razones no se puede denunciar. Es el caso de María, una vecina del municipio, que, durante años, se ha visto obligada a “tragar” con relaciones y prácticas sexuales no deseadas y que, a la fuerza, se han producido (también) bajo amenaza.

Nos cuenta, entre lágrimas y con un apreciable temblor de manos, que son muchas las ocasiones en las que no ha podido evitar pensar que “ojalá la hubiera matado el día que la amenazó con un cuchillo”.
El día que entrevisto a María dice sentir “mucha pena” porque, acompañada de Cristina López-Gollonet, psicóloga y coordinadora del Centro de Igualdad de la Zubia, nos cuenta que, desde hace algunos meses, “vive fuera del domicilio familiar porque la convivencia con su marido es insostenible”. Sin garantía económica porque la titularidad de las cuentas bancarias corresponde a la “pareja” -y esta (la económica) es otra de las violencias ejercidas contras las mujeres-, María ha emprendido su demanda de divorcio.
Sin seguridad y con el dolor que le produce estar viviendo el distanciamiento físico y emocional de alguno de sus descendientes que, con plena vinculación y dependencia económica del padre, ha tomado partido y ha puesto distancia física y emocional con una mujer y una madre que, durante años, ha sido víctima de violencia sexual y un sinfín más de vejaciones.
“La han aislado completamente”, afirma Cristina López-Gollonet. Mientras escucha la psicóloga y coordinadora del Centro de Igualdad de La Zubia, María no puede contener el dolor y cuenta algún episodio de los últimos gestos de aislamiento y “desaires” expresados, incluso por sus nietos, y en algún encuentro fortuito con su aún marido.
“Mi vida siempre ha sido un engaño”, indica. “Un engaño en la pareja, económico, de infidelidad con mujeres fuera del matrimonio…” Un matrimonio marcado por las mentiras, explica, en la que ha (mal)vivido todo tipo de situaciones y vejaciones de mano de su cónyuge. Adicto al sexo y un maltratador sexual de “manual”, tras cada vejación y humillación agasajaba a María en ese acto tan típico y vil como es el lavado de conciencias con un sinfín de regalos. Por decirlo de algún modo, a esta vecina de La Zubia, nunca le ha faltado el dinero, en forma de “sueldo” ni los agasajos más caros. Pero siempre bajo la dependencia y bajo la voz cantante de un hombre que la ha obligado a situaciones límite para saciar su voraz adicción al sexo. La asignación económica ha sido a lo largo de todo el matrimonio la que “a él, le ha dado la gana”, matiza María.
“Ha sido una persona trasnochadora, y, según como se le diera la noche, se acostaba o, como en una ocasión, embarazada de uno de mis hijos, llegó completamente borracho con el deseo de tener relaciones. Ante mi negación, cogió un cuchillo para matarme. Conseguí salir corriendo, pero tuve que ceder a su deseo. Al día siguiente, ni siquiera me pidió perdón. Muchas veces, le he dicho que ‘esa noche, me tenía que haber matado’. Cada vez que él quería, sí o sí, tenía que hacerlo. Tenía que acostarme con él y satisfacer su deseo. Incluso después de venir de tener relaciones con otras mujeres. Al punto de haber contraído enfermedades de transmisión sexual de las que he tenido que ser intervenida quirúrgicamente. Si me negaba, dejaba de hablarme durante días. Y la situación era completamente insostenible. Ha querido obligarme a todo tipo de comportamientos, incluso a mantener sexo con otros hombres. Al parecer, eso también le excitaba.” “He vivido un infierno. Un día llamó a alguien para invitarlo a ‘acostarse’ conmigo. Me negué.”
“Siempre he estado a su disposición en la casa, pero, en un momento dado, en que ya no podía más, dejé de darle todo lo que quería en la ‘cama’. No podía soportarlo más. Me he pasado años durmiendo en el sofá. He vivido con miedo durante mucho tiempo. He terminado agotada. Me ha agobiado y vejado de muchas formas… viniendo desnudo a mi estancia… llamando a gente para que viniera a acostarse conmigo. Atosigándome hasta obligarme a mantener relaciones que no quería y que me hacían sentir un profundo desgarro físico y emocional. Luego, supe que me había pegado una enfermedad de transmisión sexual. Me ha alejado de mis hijos y de mis nietos. Me ha puesto al límite. Me ha destrozado. Me ha echado de mi casa y de mi familia…”
Fuera del matrimonio, y durante alguno de los períodos de gestación de María, se “pasó un mes perdido”, en el que “no quería saber nada de mí”, narra. “Tonta de mí que, tan joven, no se me ocurrió más que llamar a su madre para contarle que estaba embarazada y que su hijo no solo no daba señales de vida, sino que no quería hacerse cargo de la situación”. María, con los quince años que tenía entonces, contrajo matrimonio con un hombre que, a pesar de consumir alcohol y “emborracharse” con frecuencia, no considera “alcohólico”.
Las negaciones reiteradas de María a tener relaciones no deseadas y a complacer el hambre sexual de su expareja, desató otra de las formas de violencia que, durante años, ha vivido: el aislamiento, el desprecio y la indiferencia. O, lo que es lo mismo, una incesante violencia psicológica y verbal.

María, animada por varias personas de su entorno, decidió, al cabo de los años de vejación, ponerse en manos de las profesionales del Centro de Igualdad de La Zubia, un organismo clave en la gestión de este tipo de situaciones. Y es que, en primera línea, los municipios, los ayuntamientos, los centros y áreas de igualdad y los cuerpos de seguridad son claves a la hora de intervenir y, si es el caso, activar los protocolos de prevención, asesoramiento y ayuda a mujeres (y familias) víctimas de violencia(s) machista(s).
Según López-Gollonet, psicóloga y coordinadora del Centro, cuando una mujer acude con una situación de urgencia, el protocolo “más o menos” estandarizado se activa y se activan todas las actuaciones necesarias para evitar males mayores. Si las mujeres acuden sin tener del todo claro lo que les está pasando o cuáles son las alternativas, se les presta una atención y asesoramiento personalizados y concienzudos; además, se les propone formar parte de grupos de autoayuda integrados por mujeres víctimas que, bajo la supervisión de profesionales de los centros de igualdad, tejen sus propios lazos de ayuda, escucha y hermanamiento.

Al Centro de Igualdad, acuden mujeres de muchos tipos y con diversas situaciones. Desde las mujeres que acuden en busca de ayuda urgente, explica Cristina López-Gollonet, ya sea porque su vida corre peligro o porque sufren un reiterado y peligroso maltrato, y que requieren la coordinación de todos los servicios y todos los cuerpos para tratar de garantizar el alejamiento del maltratador, hasta las mujeres que no tienen del todo claro qué les están sucediendo y/o cómo pueden y deben actuar. Si basta con interponer demandas de separación o divorcio o si hay que solicitar órdenes de alejamiento… Proteger a la víctima y, si los hay, a los menores a su cargo, es lo más importante. Salvar vidas y librar a las mujeres de las zarpas de su agresor.
A pesar del drama de las cifras que engrosan las negras estadísticas de violencia machista, hay quienes siguen negando la existencia y la perpetración de lo que apunta ya a “terrorismo machista” contra las mujeres. Y duele. A quien suscribe estas líneas, le duele seguir escribiendo, con el vello a flor de piel, y a duras penas, para dar voz a quienes sufren y ha sufrido cualquier tipo de violencia de género y que tienen la “suerte” de haber sobrevivido o “vivir para contarlo”.
Ante la(s) violencia(s) machistas, no hay más tiempo que perder. Urgen pasos firmes, decididos y contundentes, sin más demora. Sin más pretextos. Sin más significación ni identificación política que la voluntad de transformar la realidad y avanzar en la construcción de un sistema y una sociedad en el que no haya que proteger ni “salvar” a las mujeres; en la que no hagan falta más “8 de marzo” ni más “25 de noviembre”. Nadie más que las mujeres tienen ganas de abandonar esta “lucha”. Será señal de madurez democrática y de que, al fin, el mundo es también un lugar seguro para nosotras.
Reportaje: Raquel Paiz
Imágenes de Ester Campos Caballero
|
|
|
|
|
|
|